Textos y pretextos para una antología (1987-2020)
(Mercurio Editorial, 2020)
Este libro no es exactamente un libro mío. Sí, pero no. Y es pertinente la confesión porque, a mis cincuenta años de edad, si no llega a ser por el entusiasta quehacer filológico de María Nieves Pérez Cejas y Victoriano Santana Sanjurjo, este volumen no existiría. Me explico. Sin ellos, que me obligaron a reflexionar sobre los treinta y tres años de escritura que ya llevo a mis espaldas, jamás habría cobrado conciencia sobre mi propio trabajo. Parece que exagero, pero no. Me explico.
Desde los 17 años, gracias, siempre, al concurso de mi maestro Juan José Delgado, quien fue mi profesor mientras cursaba el bachillerato en el IES La Laboral de La Laguna, tuve el atrevimiento no solo de ponerme a escribir, sino de ponerme a publicar, en plan echadito pa’lante. Es lo que tiene la osadía de la juventud. Tiré de los periódicos y, por aquel entonces, y durante mucho tiempo en Tenerife, el rotativo de referencia, de lejos el más leído, era El Día. Ni corto ni perezoso, empecé a enviar mis artículos, primeros y balbuceantes, allá por 1987, y me llevé la sorpresa de que me los publicaban y la recompensa de que había gente que los leía. Esas sensaciones me gustaron. Veía mi nombre estampado en un periódico y tenía lectores y, sobre todo, escribía de lo que me parecía, en particular, sobre mis lecturas primeras, asombradas y apasionadas. Estaba descubriendo el vasto mundo de la literatura. Abrevaba, además, en manantiales seguros, porque mis primeras lecturas estaban dirigidas por un sabio como el profesor Juan José Delgado, en paz descanse. Yo iba a tiro hecho, no perdía el tiempo. Leer y escribir comenzaron a ser sinónimos. Leía las lecturas recomendadas por Juan José y enseguida trataba de perpetrar mi propia escritura, enfermizamente transida por aquellas lecturas: Baudelaire, Lautreamont y los simbolistas franchutes, el surrealismo y todos sus autores más emblemáticos, y el 27 con Pedro Salinas, Lorca, Dámaso Alonso y enseguida pasé a la Universidad y me encarrilé por esa vereda tortuosa de la Filología Hispánica y ya entré de lleno en todos los sabrosos clásicos de la literatura española que revisito siempre. Las horas del día no bastaban para cansar mi curiosidad: leer El Quijote fue como nacer de nuevo al mundo y ya nada me era suficiente. Devoraba con fruición caníbal a Góngora, Quevedo, Garcilaso, San Juan de la Cruz, Calderón, Tirso, Aldana, Lope… y cada descubrimiento era una felicidad inaudita. Llevaba el pelo largo como Rimbaud y Félix Francisco Casanova y nacía, a principios de los años 90 del pasado siglo, el escritor que he sido. Empecé a publicar mis libros en 1990 y hasta hoy no he parado. No le tenía ni miedo ni respeto a los géneros literarios. Desde el principio escribí de todo: poesía, relatos cortos, novelas y artículos y entrevistas para la prensa. Como me emocionaba escribir, fue lógico que pensara en los periódicos, porque mi otra gran afición (montar en moto) no iba desde luego a ser algo que me diera de comer. Este hecho determinó después gran parte de mi vida laboral, porque me dediqué al periodismo, hasta el punto de trabajar y colaborar con la mayoría de los medios de comunicación de Canarias, desde los periódicos, agencias, radios y revistas a la propia televisión, donde llegué a tener mi propio programa de cultura, Desvelados (emitido en Televisión Canaria en 2006).
Paralelamente a mi trabajo periodístico, crecía mi vocación de escritor. Me impuse la meta de ver de qué era capaz. Sin embargo, siempre concluí que eran dos esferas, dos campos semánticos, periodismo y literatura. Se parecen, pero no. Esto es importante, porque hasta hoy, desprecié sistemáticamente mi obra periodística. Mi cerebro como creador, como artista, funcionaba de la siguiente manera: Lo que concibo como libro, trabajo como libro, edito como libro y promociono como libro, es mi Obra. Eso es lo que tiene mi firma y mi forma y mi aplauso y, sobre todo, mi propia aprobación íntima. Todo lo demás era secundario o simplemente alimenticio. Víctor como escritor era estrictamente su obra de creación literaria, sus libros concebidos como tales, es decir, mis novelas y poemarios. Y punto. Así ha sido hasta hoy. Nunca fui consciente de que con el transcurrir del tiempo y el acopio de tanto material escrito, había estado dibujando un pensamiento y, sobre todo, había estado “escribiendo” otra obra con tintes ensayísticos. Solo María Nieves y Victoriano, ambos expertos conocedores de mi obra literaria stricto sensu, se percataron de que existían unos materiales que “completaban” mi trayectoria, mi dimensión como escritor, en caso de tener alguna. Cuando me hablaron de la necesidad de este libro, yo dije rotundamente que no. Me parecía que mis trabajos para prensa solo se habían concebido para vivir y morir en hojas volanderas, que no tenían la “entidad” de mis trabajos mayores, es decir, de lo que yo llamaba mis libros.
Ni María Nieves ni Victoriano me hicieron caso y continuaron con su ensimismada labor filológica. Armados de paciencia, ignorando mi juicio, buscaron mis artículos, tremendamente dispersos en mil publicaciones, en particular en periódicos y revistas y, de vez en cuando, tanto por correo como por wasap, me sorprendían con algún artículo que mi propia memoria había enterrado a paladas en el olvido. Curiosón, obligado por el hallazgo, me ponía a leer. Y, poco a poco, me fui ilusionando con este libro que es mío pero que no solo es mío, sino de ellos dos. Espigaron el grano de la paja, desecharon aquellos textos peores o solo atados a la realidad del momento y, por tanto, sin mayor interés y, en particular María Nieves, durante el periodo de confinamiento decretado por la pandemia de coronavirus que torció tanto el año 2020, me pidió permiso para saquear mi archivo personal, escaso y desordenado, y mi propia biblioteca, igualmente desordenada, para seguir el criterio de su intuición y llevarse cientos de recortes y suplementos culturales y revistas donde bucear en mis escrituras pretéritas. Yo repetí que, salvo algún ensayo, no creía que hubiera textos de interés. Por un oído le entró y por el otro le salió. Fui descubriendo que tanto María Nieves como Victoriano tenían consensuado un riguroso método de trabajo y un objetivo, y ellos vieron primero el fin último, es decir, ponerle al lector en sus manos aquellos textos que consideraron de interés y que dibujarían, en diálogo con lo que yo sí consideraba mi Obra, así con mayúscula, lo que pude aportar a la historia de nuestra cultura a lo largo de estos treinta y tres años de trabajo. Y también vieron, antes que yo, que mi propia poética se ha ido construyendo con todos estos vasos comunicantes, arterias en realidad de un solo cuerpo.
Es por eso que este libro es un regalo para mí, pero también es un libro que firmo con orgullo y que ya pongo en igualdad familiar con mis novelas y poemarios. Era un hijo no reconocido que andaba huérfanamente por las hemerotecas, los sótanos del mundo. Ya le di acogida y le abrí la puerta de casa. Ha vuelto al redil, crecido y maduro y peinado. Lo senté en nuestro hogar y le dije que él, solo él, podrá presumir de tener dos padres y una madre. Miró de reojo a sus hermanos. Sonrió satisfecho. Dijo: Ya estoy en mi sitio.
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