Ños, esa gente que curra cuando dejamos a nuestros hijos en los colegios e institutos, esos “profes” deben de ser invisibles, pobrecillos. En medio de esta pandemia, nadie se acuerda de ellos, ni antes ni durante ni después. Cuando el confinamiento aplaudíamos en los balcones a los sanitarios, olé, se lo merecen, pero nadie se ha acordado de los profesores y maestros, el otro eje primordial sobre el que gira nuestra sociedad.

Primero, en el confinamiento, triplicaron sus jornadas laborales para atender on-line al alumnado, que ya sabemos cómo está el patio, repleto de malcriados porque ya los “profes” no son autoridad académica, y después, en lo alto de la pandemia, los metimos en institutos, colegios, patios y clases con cientos y miles de potenciales propagadores del virus, porque los niños y adolescentes son como son. Ahora, un año después de que el covid se pusiera cachondo para fastidiarnos los planes y sepamos de muchas vidas truncadas por la muerte, los “profes” todavía no están vacunados. Pobrecillos, a nadie le importan. Total, solo tienen entre manos el futuro del país, la educación de la futura mano de obra, conducir el talento de nuestros jóvenes, enseñarles a pensar, escribir, leer, hacer cuentas. Eso no importa, ahora que caigo.

A nadie se le escapa que si falla el profesorado se viene abajo la propia economía. ¿Qué hacemos con los niños?, ¿Cómo vamos a trabajar? Si son un eje económico y educativo de vital importancia, me pregunto si no es hora de que les aplaudamos un fisco o les demos aunque sea una mísera palmadita en la espalda. Son ellos, los “profes”, los que exponencialmente se vienen exponiendo al virus tanto o más que el propio personal sanitario. Cualquier centro educativo es un hormiguero de gente, entre personal, alumnado, profesorado y padres, y mucho vienen trabajando este curso, impartiendo sus clases enmascarillados toda la jornada laboral y desinfectando papeles y libros y tabletas a todas horas. Ah, esa gente que no importa. Educación y sanidad son los pilares de cualquier sociedad que se precie, pero cuando empezó el curso y el coronavirus cabalgaba desbocado y todo el mundo estaba acojonado, valga el ripio, a los “profes” se les lanzó a la plaza a torear diciéndoles que abrieran mucho las ventanas de las aulas para que corriera el aire y se encomendaran a San Hidrogel en medio de hordas de chiquillaje a los que todavía el uso de la mascarilla les venía grande. Yo voy a salir al balcón a aplaudirlos y educadamente darles las gracias.

 

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